viernes, 28 de octubre de 2011



Pintando el mural, 6º año de la escuela Balneario Solís.
 El día de la pintura es el pico alto del taller. Es todo un desafío grande para los niños pasar un boceto que yo llevo impreso en hojas A4 a una superficie de 2,80 x 1 m. Hay que planificar muy bien, ver que parte del dibujo va a tomar qué grupo, cómo nos distribuímos en el espacio, como hacemos para poder trabajar todos a la vez, etc. Eso supone -a partir del boceto- crear el trabajo nuevo salido de ese apunte que nos sirvió de referencia. Pero como tenemos mas espacio se pueden poner mas elementos o distribuír mejor los que ya aparecían. Y entonces hay que crear, y en grupo crear es discutir, intercambiar y acordar. Una vez puestos lo puntos en claro comenzamos a dibujar, y luego, cuano hemos terminado, si lo dibujado nos convence lo trazamos. ¡Cuánto tiempo lleva todo! Como se cansaron un poco, salieron al recreo a recomponer fuerzas y ánimos. Y al regreso al salón de clase, con la pintura y los pinceles ya dispuestos por sobre todo el dibujo, las ganas vienen solas. Rápidamente los grupos se conforman, se organizan y empiezan a pintar como si en ello les fuese la vida. ¿Cuantas veces los niños en las escuelas se encuentran frente a una gran superficie con tarros de pintura y pinceles a voluntad? Sospecho que bastante menos de las que ellos desearían. Por eso pintan y pintan y pintan con una alegría y una potencia que en hora y media acaban con semejante superficie. Entre medio siempre hay discusiones, charlas, ideas que aparecen y son bienvenidas, otras que no, etc. El grupo se autoregula y al final queda una obra donde cada uno hizo pero además, una obra en la que cada uno creó, aportó, aceptó, negó, etc. Una pintura mural absolutamente colectiva.

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